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Armas de la inmovilidad

  • Helena Valverde
  • 9 sept
  • 1 Min. de lectura

Es difícil disminuir la velocidad, orillarse en la carretera, apearse. Nada lo amerita, sólo un verdadero obstáculo que interrumpa drásticamente el trayecto al destino.


Si podemos seguir avanzando, todo es soportable, el camino debe continuar. No hay por qué detenerse: se desperdicia el tiempo. Nada parece detenerse. ¿Qué es detenerse? 


La literatura es eso: detenerse, pisar para hacer tierra, anclarse por un momento. ¿A qué? A nada. La literatura es nada. A ver el paisaje. A respirar un momento, ese momento. Respirar y ver: el detenimiento. Descubrir el detalle en la inmovilidad. Descubrirse en la inacción, en la estampa. Dar la espalda al acontecimiento. Cortar la sucesión, desviarse de la inercia.


La literatura es abrir la ventana desde lo inmóvil y contemplar, atestiguar. Atestiguarse en la quietud. Si me detengo, puedo verme y escucharme. 


El arma de la inmovilidad dice Daniel Sada. “Él, así, como una estatua”. Pero la estatua es él, ajeno, incluso, al movimiento irrefrenable de las palabras. De pie, las ve pasar, las deja ir y, en quietud, crea las propias y se lee a sí mismo. Solo, así, como una estatua.


Biografía sin acontecimientos dijo Pessoa, no valen la pena. ¿Cuáles acontecimientos? Existen en quien los nombra. Existen engañosamente. 


Detenerse, primero brevemente, a sorbos, a probadas. Así queremos que los lectores se acerquen a estas mililetras, a estas armas de la inmovilidad, deteniéndose. 


Bajarse del tren, orillarse, salirse un momento del camino, sentarse en la barra, disfrutar un trago, dejar pasar, inmóvil.


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